domingo, 28 de noviembre de 2010

martes, 23 de noviembre de 2010

nacemos inocentes

Esta es la reseña del último libro de Elsa Punset. Entran ganas de leerlo :)

Nacemos inocentes. Sin emociones mezcladas, sin dudas, sin miedos, sin mentiras. Llegamos para descubrir, luminosos y coherentes. Vulnerables pero abiertos al mundo, animados por una curiosidad rotunda y radical, dotados de la pasión por vivir. Es entonces cuando comienza la búsqueda del sentido en una realidad diaria de luces y de sombras donde nos asaltan el amor, el miedo, la tristeza o la tentación. Cómo nos enfrentamos a estas etapas cruciales, desde la inocencia o desde la rigidez, determinará el tejido de nuestra existencia, de cada emoción, de cada gesto, de cada pensamiento.

Elsa Punset, autora de Brújula para navegantes emocionales, nos descubre enInocencia radical por qué perdemos esa confianza y esa curiosidad inicial apasionadas, por qué nos cobijamos en la concesión y en la tristeza. Y nos alienta a sacar provecho de nuestra capacidad innata para amar y para transformar, a encontrar los cauces donde nuestra creatividad y nuestra energía fluyan a través de las trampas y los dones que nos acechan en los espacios donde a diario vive, o muere, nuestra inocencia primigenia y radical.

Elsa Punset, Inocencia Radical

domingo, 21 de noviembre de 2010

Una niña sin límites... ;)


Marta está muy a gusto en la cama, pero mamá la ha llamado y hay que levantarse. ¿Por qué no podría quedarse media hora más? ¿O mejor, no ir al cole? Tendría que ser siempre vacaciones, ir todos los días a la playa o en bicicleta. O mejor montar a caballo. Si tuviera un caballo, le daría azúcar y zanahorias y cabalgaría ella sola y descubría nuevos países. Bueno, sola no, iría con Isabel, que es guay...

Un grito de su madre la saca de su ensoñamiento. Sí, ya me levanto... Qué lata, tener que lavarse, con lo fría que está el agua. Y este jabón huele fatal. En casa de Isabel tienen un jabón que huele muy bien. Este vestido no me gusta nada. Y las bambas Cosme®, qué vergüenza, todas las niñas de la clase llevan bambas Acme®, pero papá se empeña en que no me compra otras bambas hasta que se rompan éstas...

Hace tiempo que Marta ha renunciado a pedir más cacao en la leche, no hay manera de hacer entender a mamá que tiene que quedar todo negro. ¡Galletas redondas! Las buenas son las cuadradas. ¿Lavarse los dientes después de desayunar? Pero, mamá, mis amigas sólo se lavan los dientes antes de acostarse. Bueno, ya va... La pasta de dientes pica, ¿es que no hay nunca pasta de fresa?

Hay que llevar la mochila con los libros. Hay que caminar hasta el cole. Mamá no quiere ir en coche porque dice que para doscientos metros no saca el coche. Marta se para a ver el escaparate de la juguetería, pide el tren eléctrico, «pues se lo pides a los Reyes» tirón del brazo. Se para a hacer equilibrios en el bordillo de la acera; tirón del brazo. Le pega una patada a una piedra; tirón del brazo. Se para a ver a un perro que mea en la pared; tirón del brazo. Mete el pie en un charco; tirón y gritos.

El cole es un rollo. No puedes levantarte cuando quieres, no puedes sentarte al lado de Isabel, no puedes hablar, no puedes reírte, tienes que mirar a la profesora, tienes que escuchar a la profesora. Entrega los deberes, abre el libro, saca un papel, dictado, no te sientes con la espalda torcida, ¿no ves que tienes que afilar el lápiz?, haced los ejercicios de la página 30, dibujad una vaca, para mañana las restas de la página 42. A ver, Marta, dime la tabla del 3... ¿desde cuándo 3 por 6 son 19? A ver, ¿alguien puede decirle a Marta cuántos son 3 por 6? Dice Isabel que ya no es amiga tuya porque te ha visto jugando con Sonia. Pues dile a Isabel que es tonta, que yo juego con quien quiero. A ver estas niñas, ¿qué tienen que decir tan importante que no puede esperar al final de la clase? ¿Por qué no lo dicen en alto para que nos enteremos todos?

¡Otra vez guisantes para comer! Y la tonta de Isabel que no se quiere sentar conmigo. Mira cómo habla con Ana, sólo para hacerme rabiar. ¡Puag, pescado!

La vuelta a casa no puede ser más animada. Hay tirones de brazo frente a la panadería (¡no hay cruasán de chocolate!), frente a la juguetería (¡no hay tren eléctrico!), frente a la tienda de ordenadores (¡no hay juego nuevo!), frente al quiosco de la prensa (¡no hay chicle!). ¡Marta, ya está bien, de verdad que hoy me pones de los nervios! (sí, hoy y ayer y cada día).

Hay que cambiarse de zapatos antes de jugar. Hay que hacer los deberes antes de ver la tele. Hay que dejar la tele ahora mismo, con lo interesante que está, para ir a cenar. Hay que ayudar a poner la mesa antes de cenar. Hay que lavarse las manos antes de poner la mesa. Te he dicho veinte veces que te laves las manos. ¡Mira qué manos llevas! ¡Oh, no! ¡Guisantes otra vez! Ni que se pusieran de acuerdo. Mamá, ¿hay huevo frito? ¿Quéee? ¿Merluza?

¿Hay natillas de chocolate? Primero tienes que comerte la fruta. No quiero fruta. La fruta es muy sana. No quiero. Tienes que comerte una pera. No, pera no, ¿no hay plátano? No, o pera o manzana. No quiero, quiero natillas. Niña, no le respondas a tu madre. ¡Buaaaah!

—¡Está bien, tómate la natilla y calla!

Paren la imagen. Avisen a la policía. ¿Ven lo que acaba de pasar? Marta se ha salido con la suya. Le ha bastado con lloriquear un poco para hacer pasar a su madre por el aro. Es la típica niña que siempre se sale con la suya. Totalmente malcriada. Y todo porque sus padres no han sabido ponerle límites. ¡Le dan TODO lo que pide! Esta niña tendrá graves problemas de conducta:

"Los niños que ven satisfechos todos sus deseos suelen sentirse profundamente tristes, ya que al final nunca tienen suficiente. Los padres que miman sin límite a sus hijos hacen que cada vez sus exigencias se mantengan más altas."

No, no se espante. A Marta no le pasará nada malo por «haberse salido con la suya». Al contrario, probablemente el salirse con la suya de vez en cuando, ver que en algunas ocasiones no son un mero juguete del destino, sino que pueden hacer algo, desear algo, conseguir algo, influir en los demás, es una experiencia necesaria para el desarrollo de la personalidad. Porque Marta, como todos los niños, está cediendo y obedeciendo docenas, centenares de veces al día.

Al exigir su natilla, Marta está aprendiendo a exponer con claridad su punto de vista y a exigir respeto; dentro de unos años lo sabrá hacer sin llorar ni gritar, y cuando sea adulta veremos que estas cualidades son positivas. Su mamá le está demostrando que la quiere de verdad, es decir, que la valora como ser humano y que tiene en cuenta sus opiniones y sus palabras. Con su ejemplo, mamá está enseñando a Marta a ceder. Para acabarlo de hacer bien, podría haberle enseñado a ceder con elegancia, y en vez de gritar «¡Está bien, tómate las natillas y calla!», podría haber dicho, sin levantar la voz, «Bueno, si prefieres natillas, pues natillas».

¿Debemos entonces dar a nuestros hijos todo lo que pidan? Por supuesto que no. Pero no porque eso les malcriaría, sino simplemente porque es imposible.

No existen los niños sin límites. Factores físicos que ni el niño ni sus padres pueden modificar ya imponen unos límites considerables. Su hijo no puede volar, ni gana siempre cuando juega con sus amigos, ni puede evitar que la lluvia les estropee un día de playa.

Otras veces, usted le obliga a hacer unas cosas o le prohíbe hacer otras por motivos más que justificados (o al menos que a usted le parecen justificados, aunque en otras familias pueden ser de diferente opinión). Hay que ir al colegio, hay que hacer los deberes, hay que venir a cenar, hay que lavarse las manos. No se pueden comer tantos caramelos, ya está bien de helados, no tenemos dinero para ir a París de vacaciones, la videoconsola es muy cara, no me gusta que estés tantas horas viendo la tele, no se puede ir por la ciudad en bicicleta porque hay muchos coches, guarda el mecano que vamos a ver a los abuelos, tienes que ducharte, recoge la ropa sucia, no toques la llave del gas, no podemos tener un perro en un piso...

Si de verdad los límites fueran necesarios para la felicidad de los niños y para la formación de su personalidad y su carácter, no cabe duda de que todos los niños, ricos y pobres, educados rígidamente y «mimados», tienen cada día cientos de oportunidades para disfrutar de tales límites.

A propósito, ¿por qué suponemos que precisamente los niños necesitan límites para ser felices, disfrutan con ellos, y son desgraciados si no los tienen? ¿Tan diferentes son nuestros hijos, tan marcianos, que sufren o disfrutan justo con lo opuesto que nosotros? A los adultos nos suele ocurrir lo contrario: los límites nos hacen desgraciados (el amor no correspondido, las vacaciones que no nos podemos tomar, el coche que no podemos pagar, la dieta sin colesterol, la casa demasiado pequeña, el partido que pierde nuestro equipo... ), mientras que las cosas que conseguimos y los objetivos que alcanzamos contribuyen a nuestra felicidad.

¿Qué puede haber de cierto en la idea de que la falta de límites hace a los niños infelices?

Imaginemos que un jueves Luisito recorta con más o menos arte las fotos de una revista vieja. Papá le dice que lo está haciendo muy bien, y cuando llega mamá del trabajo, papá le explica con orgullo delante del niño: «Mira qué bien recortado, cómo resigue los contornos. Parece mentira, con sólo dos años, lo listo que es este niño.» Envalentonado, el sábado intenta Luisito repetir su hazaña; mas, ¡oh sorpresa!, mamá le grita: «¡Pero qué haces, desgraciado, estropeando las revistas! ¡Este niño es que me tiene harta!», y papá se une a la regañina: «Has sido un niño malo, esta tarde castigado sin tele.»

Supongo que es a esto a lo que se refieren quienes afirman que los niños no son felices si no tienen límites claros y consistentes, si no viven en un entorno predecible. Si lo que ayer producía elogios (o indiferencia) desencadena hoy gritos y castigos, el niño no puede ser muy feliz, desde luego.

Pero, ¿es la inconsistencia o son los gritos lo que hace infeliz al niño? Porque estos padres podrían ser más consistentes de dos maneras bien distintas:

—A partir de ahora, alabarle cada vez que recorte revistas.

—A partir de ahora, gritarle y castigarle cada vez que recorte revistas.

En ambos casos, la norma es clara y los resultados son predecibles. Según ciertos teóricos, Luisito habría de ser igual de feliz con ambas posturas. Pero sospechamos que no, que Luisito preferiría mil veces la primera opción.

Si, en cambio, eliminamos los gritos y los castigos, las inconsistencias no parecen tan terribles. A veces, Luisito recorta y a sus padres se les cae la baba. Otras veces, Luisito recorta y sus padres no dicen ni pío. De tarde en tarde, Luisito recorta y sus padres le dicen, amablemente y sin gritar: «Vamos, deja de recortar, que ya está bien», «No cojas las tijeras, que te vas a hacer daño» o «Deja la revista, no la estropees». Aquí la reacción de los padres es impredecible, variando desde la muy positiva hasta la moderadamente negativa. ¿Cree usted que Luisito va a ser desgraciado por ello? Me parece a mí que no, que ni son tan frágiles nuestros hijos ni somos tan consistentes sus padres. La mayoría de nosotros respondemos de distinta manera en diferentes ocasiones, según nuestro humor previo, nuestras preocupaciones del momento o simplemente al azar; y no sólo somos inconsistentes en el trato de nuestros hijos, sino en muchos otros aspectos de nuestra vida. La capacidad para adaptar los límites a las situaciones se llama flexibilidad y es una virtud que también conviene enseñar (con el ejemplo) a nuestros hijos. La incapacidad para mantener fijos los límites que nosotros mismos establecimos ayer se llama debilidad humana, y el comprenderla es una virtud que nuestros hijos también aprenderán.

Por otra parte, aunque los límites sean fijos, inmutables, claros, consistentes y predecibles, es posible que nuestro hijo no se dé cuenta. Es posible que su edad o su ignorancia le impidan apreciar todos los matices de la situación, y que nuestras respuestas lógicas, razonadas y racionales le parezcan caóticas y absurdas. Si estaba usted pensando que los padres de Luisito están un poco chiflados para cambiar tanto de opinión de un día para otro, sepa que no, que son unos padres muy normales. Pero unas veces Luisito recorta una revista que era para tirar y otras, unos fascículos que su madre colecciona. Unas veces usa unas tijeritas infantiles sin punta ni filo y otras agarra en un descuido las afiladas tijeras de coser que podrían ser el arma del crimen en cualquier película. Unas veces recorta revistas a la hora de jugar y otras se empeña en hacerlo a la hora de bañarse o de cenar. Unas veces lo hace en el pasillo y otras en el salón, llenándolo todo de trocitos de confeti y pegándole de paso un par de tijeretazos a la alfombra persa. ¿A que tenían razón los padres en responder de distinta forma? ¿Qué diferencia hay para el niño entre unos límites consistentes y otros mudables a capricho si no es capaz de comprenderlos?

No, no estoy defendiendo que no pongamos límites a nuestros hijos, por la sencilla razón de que eso es imposible. Lo que pido es que no les pongamos límites artificiales y artificiosos. Si nuestro hijo nos pide algo que no perjudica su salud, que no destruye el medio ambiente, que sí que le podemos pagar, que sí que tenemos tiempo para darle..., no se lo prohibamos solamente «para marcarle límites» o «para que se acostumbre a obedecer».

Si le hemos negado algo y vemos que su reacción es «desproporcionada», ¿no será que habíamos valorado mal las circunstancias, que lo que le acabamos de negar es mucho más importante para él de lo que pensábamos? Reevaluemos nuestra decisión a la luz de este nuevo conocimiento: ¿de verdad va a coger la lepra si se baña mañana y no hoy?, ¿se hunde el mundo si en vez de salir a pasear ahora esperamos a que acaben sus dibujos favoritos?, ¿morirá de frío si no se pone el abrigo?

Si, por último, a pesar de todo decidimos no ceder; si hay que ir al cole, hay que acabar los deberes, hay que apagar la tele ahora mismo, ¿seremos capaces de usar nuestra autoridad sin prepotencia, de no añadir gritos y afrentas a nuestras órdenes, de tolerar la frustración de nuestro hijo y aceptar que obedezca refunfuñando y no con una sonrisa en los labios como los niños buenos de las películas? Es fama que los granaderos de Napoleón «refunfuñaban y le seguían siempre»; ni siquiera él consiguió que le obedecieran sin rechistar.

Ligado al tema de los límites está la extendida creencia de que los niños pequeños se dedican a una curiosa y exclusiva actividad conocida como «probar los límites». Exclusiva porque ningún adulto la practica, que se sepa.

Por ejemplo, imagine que una amiga suya viene una tarde a casa de visita. «¡Oh, qué jarrón tan precioso!» Lo coge, lo admira, se le escurre..., y ya está el jarrón (porcelana china antigua, recuerdo de su abuela) hecho añicos. ¿Por qué lo ha hecho su amiga? Está probando los límites. Si usted no la castiga ahora mismo, a partir de ahora se dedicará a romper todos los jarrones que vea y probablemente también a pintar en las paredes y a abrir la llave del gas porque le habrá perdido el respeto.

¡Qué tontería! Lo ha roto sin querer, está muy apesadumbrada, pedirá mil disculpas aunque usted le asegure que no pasa nada, y no se atreverá a acercarse a ningún otro jarrón en varios años.

¿Y si el jarrón lo rompe su hija? ¿Qué le hace pensar que sus motivos son distintos?

Lo que es distinto, en todo caso, es el conocimiento y la experiencia. Una niña de dos años no sabe todavía que la porcelana se rompe y el plástico no, y además es físicamente incapaz de estarse quieta y es más torpe con las manos. Por supuesto, usted le tiene que ir enseñando con paciencia qué cosas son para jugar y cuáles no y cómo tratar con cuidado los objetos frágiles. Pero su hija no ha pensado en ningún momento: «A ver hasta dónde puedo llegar. Voy a romper un jarrón, y si cuela, cuela.» Es usted la que ha cometido una imprudencia al dejar al alcance de una niña de dos años un jarrón de gran valor. Cuando se tienen niños, todos los objetos valiosos se guardan en alto o bajo llave y no se vuelven a sacar hasta que el más pequeño está civilizado. Buena ocasión para dejar a mano todos los horribles regalos que le han ido haciendo y de los que no sabe cómo deshacerse.

¿Qué puede hacer si su hija acaba de romper un jarrón de gran valor? Elija una de las siguientes opciones:
a) Un golpe en la manita.
b) ¡Pero mira lo que has hecho! ¡Te he dicho veinte veces que tengas cuidado! ¡Me tienes harta!
c) Castigada sin ir al parque.
d) Me gustaba mucho este jarrón, valía mucho dinero y era el único recuerdo que tenía de mi abuela. Ahora voy a sufrir mucho por tu culpa, espero que estés contenta.
e) Tendrás que pagar al menos una parte del jarrón, así que recibirás sólo media paga de aquí a Navidad.
f) ¡Oh, que pena, se ha roto el jarrón! Hay que tener mucho cuidado, los jarrones no son para jugar. Ven, ahora tenemos que recoger los trozos con la escoba.
g) No importa; total, sólo era un jarrón viejo.

Obsérvese que si el jarrón lo ha roto su amiga, su vecina o su cuñada, no cabe ni la más mínima duda: usted elegiría siempre la opción g. Insistiría en ella, la repetiría una y otra vez, mientras la otra persona se deshacía en excusas. Pues bien, creo que también es la opción más adecuada para su hija de ocho años. Ella ya sabe perfectamente que el jarrón sí que es importante, que hay que tener cuidado, que usted está apenada y que está disimulando por educación. Ella está triste, avergonzada y daría cualquier cosa por no haber roto el jarrón. No necesita reproches ni discursos.

La opción e está muy extendida para niños mayores, pero me parece un poco mezquina. Usted nunca le pediría dinero a su amiga, ni lo aceptaría si se lo ofrece, aunque ella tenga un buen sueldo. ¿Cómo va a pedirle dinero a su hija que es menor de edad y no gana ni para helados?

Si es su hija de dos años la que rompe el jarrón, la opción g puede ser inadecuada. Podría creérsela, pensar que de verdad no hay diferencia entre romper un jarrón chino y reventar un globito. A esta edad, una respuesta parecida a la f resulta respetuosa, comprensible e informativa. Y guarde los demás adornos en lugar seguro, porque un niño tan pequeño no siempre entiende las cosas a la primera.


Carlos González, Bésame mucho. Cómo criar a tus hijos con amor

miércoles, 25 de agosto de 2010

mum...

El día 23 hizo dos meses que nació mi primer hijo, Artur, mi rey, mi vida, mi mundo, mi todo.
No es fácil parir, no es fácil conocer y cuidar de un bebé, no es fácil ser madre... pero es la gran experiencia, el gran viaje, la gran aventura.

Navegando por Internet descubrí a Laura Gutman, quien describe muy bien el mundo de la mujer en el puerperio y más allá. Esta es una reseña de unos de sus libros:

En los umbrales del siglo XXI, la maternidad y las actividades intrahogareñas parecen haberse constituido en obstáculos para la realización personal. Las mujeres estamos cada vez más dispuestas a abandonar el mundo íntimo para lanzamos al mundo público y "ser alguien reconocido". Pero un buen día nos pasa a las mujeres hiperactivas que -sin darnos cuenta- nace un primer hijo. Ó un segundo o un tercero. Y comprendemos que "lo público" es materialmente visible, pero en medio de un dolor de panza del bebé, esa identidad desaparece junto con el sentido profundo que tenía hasta entonces. A través de estas páginas pretendo acercar las vivencias genuinas, primitivas e innombrables del Universo insondable de cada madre reciente. Experiencias confusas, incomprensibles, exageradas, locas, pero terriblemente reales que nos sujetan a la oscuridad de la noche con el niño en brazos. Mientras el mundo entero duerme, permanecemos despiertas, solas, desgarradas, chorreantes de sangre y leche. Es tanto el dolor y la soledad, que anhelamos con ambivalencia retornar a la vorágine de actividad, de ruido y de éxito. Aun sabemos que estamos atrapadas entre las almohadas con la ropa manchada de vómitos y un cansancio infinito. Sin embargo, averiguar de dónde venimos y sospechar hacia dónde vamos, hablar sin tapujos sobre lo que nos pasa de verdad, bucear en nuestras capacidades intuitivas, rescatando lo esencial del mundo femenino, integrar el adentro con el afuera... nos puede servir para tratamos un poco mejor y, por ende, tratar mejor al niño que llega al mundo.

Laura Gutman. Puerperios y otras exloraciones del alma femenina


martes, 23 de marzo de 2010

hope there is...



Hope there’s someone
Who’ll take care of me
When I die, will I go

Hope there’s someone
Who’ll set my heart free
Nice to hold when I’m tired

There’s a ghost on the horizon
When I go to bed
How can I fall asleep at night
How will I rest my head

Oh I’m scared of the middle place
Between light and nowhere
I don’t want to be the one
Left in there, left in there

There’s a man on the horizon
Wish that I’d go to bed
If I fall to his feet tonight
Will allow rest my head

So here’s hoping I will not drown
Or paralyze in light
And godsend I don’t want to go
To the seal’s watershed

Hope there’s someone
Who’ll take care of me
When I die, Will I go

Hope there’s someone
Who’ll set my heart free
Nice to hold when I’m tired

sábado, 13 de marzo de 2010